Calcuta | Este verano tuve la oportunidad de vivir una experiencia inolvidable: el voluntariado en Calcuta, India.
Calcuta | Durante meses estuvimos organizando el viaje. Recaudamos medicamentos, instrumental para extracciones dentales y otros materiales complementarios en nuestros tratamientos. Cuando por fin llego el momento, cargados con nuestros enseres e ilusión, cogimos el avión rumbo a la capital de Bengala Occidental.
Tras largas horas de vuelo y espera en aeropuertos, por fin pudimos sentir esa primera sensación que dicen que nunca se olvida al pisar la India por vez primera. El calor húmedo, el intenso olor a especias (en el mejor de los casos), el fuerte ruido…
En el aeropuerto estaba esperándonos una de las profesoras del Colegio “Tara School” en el que trabajamos durante nuestra estancia. Nos acogió con un cálido abrazo y nos dio las gracias por ir a ayudar. Con ella cogimos un taxi que nos acercó hasta nuestro alojamiento. Durante el trayecto, pude comenzar a hacerme una idea de cómo era el lugar al que iba de voluntaria.
Calcuta | Había gente por todas partes. Muchos de ellos, niños, adultos y ancianos, dormían en las aceras o sobre alguna tabla o cartones. Calcuta cuenta con 15 millones de habitantes, donde más de la mitad viven en condiciones de extrema pobreza.
El tráfico no era menor y los coches pitaban el claxon cada pocos segundos para evitar choques entre ellos. También había vacas, gallinas y hasta cabras.
Los primeros días fueron algo duros. Intentar adaptarse a aquellas sensaciones era difícil al principio.
Además, teníamos que comprar la anestesia allí (llevarla desde aquí estaba prohibido) lo cual tampoco fue una tarea fácil y nos llevo un par de días conseguirla.
Sin embargo, en esos primero días, conocimos el colegio “Tara School” y los alumnos y profesores a los que íbamos a ayudar. La Escuela de Tara se encuentra en uno de los barrios más pobres de Calcuta, el barrio de Pilkhana, también conocido por el libro de Dominique Lapierre como “La Ciudad de la Alegría”, lleno de chabolas y otros edificios de poca calidad. En las calles hay bastante basura porque la recogida de basuras no funciona muy bien. En las casas, las familias formadas de 7 a 10 miembros conviven en pequeñas habitaciones y comparten letrina con el resto de vecinos.
Los niños que acuden a la escuela de Tara pertenecen a familias en situación de extrema pobreza. En sus hogares no pueden acceder a una alimentación que cubra las necesidades para un correcto desarrollo físico y mental, y por eso, en la escuela además de educación, los alumnos reciben un plato de comida diario.
Nos dejaron una sala del colegio donde improvisamos una humilde clínica dental. Una silla de oficina era nuestro sillón dental y en un par de mesas, dejábamos todo nuestro material e instrumental. Así, pudimos comenzar a trabajar. Cada uno teníamos una función: uno se encargaba de la desinfección y esterilización del material, otro de la exploración y diagnóstico de las lesiones en boca, otro de los tratamientos, otro hacia de auxiliar y otro anotaba los datos personales y dentales de cada niño.
Cada día, al llegar a la escuela, todos nos saludaban sonrientes y las cocineras nos preparaban un té para comenzar la jornada con fuerzas. Tras meditar en sus clases, comenzaban las lecciones y se organizaban para venir por orden a la clínica. Eran muy buenos pacientes, pero también había alguno al que no le hacía tanta gracia que le anduviéramos en la boca. Aún así, todos dejaron tratar.
En las dos semanas que pasamos allí, pudimos dar asistencia dental a casi 500 niños y niñas.
En nuestro último día en la escuela, nos obsequiaron con un festival para agradecer la ayuda que les habíamos dado. Nos regalaron un saree (una prenda femenina típica en la India), nos deleitaron con bailes bollywood y nos hicieron una postal de agradecimiento.
También hubo dibujos y postales para todas aquellas personas que desde aquí nos ayudaron a que todo esto fuera posible. Entre ellos, quiero mencionar y también agradecer al Dr. Jose Cruz Ruiz Villandiego por todos los materiales e instrumentos donados para la causa, y a una paciente habitual de la Clínica Dental por su generosa donación para poder comprar la anestesia y otros materiales.
Desde aquí quiero animar a la gente a vivir este tipo de experiencia. No hace falta irse muy lejos para ayudar a personas con problemas socio-económicos o en riesgo de exclusión social. Desgraciadamente, desde hace unos años en nuestro país son muchas las familias que están pasando por esto. Y nosotros lo vemos cada semana en el Proyecto de “Odontología Solidaria” del Hospital Quirón.
Son vivencias que nos enseñan muchas cosas en el ámbito profesional, pero aún más en el personal.
¡GRACIAS!
Maialen Linazasoro Elorza